miércoles, 8 de agosto de 2012

UTENSILIOS LITURGICOS

PARROQUIA SAN VICENTE DE PAÚL
- OBJETOS LITÚRGICOS -

ACETRE

Etim. Del árabe as-satl, el vaso con asa, y este del latín situla.
Caldero de agua bendita que se usa para las aspersiones litúrgicas. El agua se recoge del acetre y se dispersa con el hisopo

CALIZ

Etim.: latín calix, taza, copa, vasija donde se bebe.
Recipiente en forma de copa con ancha apertura. En la liturgia cristiana, el cáliz es el vaso sagrado por excelencia, indispensable para el sacrificio de la Santa Misa ya que debe contener el vino que se convierte en la Sangre Preciosísima de Cristo.
Su forma, materia y estilo han variado mucho en el curso de la historia. Los cálices solían ser de oro y tenían a veces un valor extraordinario. No puede ser hecho de ningún material que absorba líquidos. El Cáliz debe consagrarse exclusiva y definitivamente para el uso sagrado en la Santa Misa.

COPÓN

Vaso con tapa en que se conservan las Sagradas Hostias. Se emplea en las ceremonias de culto. En la actualidad los copones suelen ser de menos estatura que los cálices para distinguirlos de estos.

CORPORAL

Etim.: latín corporalis, del cuerpo.
Pieza cuadrada de tela sobre la que descansa la Eucaristía. Sobre ella se pone la patena y el cáliz durante la Misa. También se pone debajo de la custodia durante la Exposición del Santísimo. Para guardarlo debe doblarse en nueve cuadrados iguales.

CRISMERA

Vaso o ampolla donde se guarda el crisma.

CUSTODIA

Etim. del latín custodia.
Recipiente sagrado donde se pone la Eucaristía de manera que se pueda ver para la adoración.
También se le llama ostensorium, del latín ostendere, mostrar
.Hay gran variedad de tamaños y el estilos. Generalmente alrededor de la Eucaristía se representan rayos que simbolizan las gracias conferidas a los que adoran.

HISOPO

Etim. del latín hyssopus; este del griego y este del hebreo ezob.
Utensilio con que se esparce el agua bendita, consistente en un mango que lleva en su extremo un manojo de cerdas o una bola metálica hueca y agujereada para sostener el agua.

INCENSARIO

Utensilio para incensar en las ceremonias litúrgicas.

LAVABO

Etim. Del latín lavabo, lavaré, primera persona del sing. del futuro de ind. de lavare.
Se usa simbolicamente para lavar las manos al sacerdote antes de la Plegaria Eucarística.

NAVETA

Recipiente, muchas veces en forma de pequeña nave, para el incienso que se utiliza en las ceremonias.

PALIA

Lienzo para cubrir el cáliz

PATENA

Etim.: Latín, Patena.
Plato redondo donde se pone la Sagrada Hostia. Debe ser de metal precioso como el cáliz y también debe ser consagrado exclusiva y definitivamente para el uso en la Santa Misa.

PURIFICADOR

Pequeño lienzo que utiliza el sacerdote en la Misa para purificar el cáliz.

VELO HUMERAL

El que utiliza el sacerdote o diácono para dar la bendición con el Santísimo Sacramento.

VINAJERAS

Las vasijas para el vino y el agua que se usan en la Santa Misa. Generalmente son de cristal y se colocan en una bandeja pequeña. Está permitido que sean de otro material (bronce, plata, oro e incluso de cerámica bien sellada) siempre y cuando puedan dignamente contener los líquidos.


1. ALBAVestidura sagrada de color blanco que baja hasta los pies.2. CINGULOCordón con que el sacerdote se ciñe el alba.3. ESTOLAFaja larga que el sacerdote se coloca al cuello.4. CASULLAVestidura que se pone el sacerdote sobre las demás,
para celebrar la Santa Misa.


VESTIDURAS LITURGICAS

Sacerdote de Dios:
Celebra hoy la Santa Misa de Jesucristo
como si fuera la primera, la única, la última misa.

¡Oh María: baja del cielo y condúceme al altar, de tu mano voy feliz al Sacrificio de tu Hijo

Colores:
  Blanco : Fiestas de Nuestro Señor Jesucristo, María Santísima, santos no mártires. Símbolo de gloria, alegría, inocencia, pureza del alma
 Rojo : Pentecostés, Espíritu Santo, Fiestas de Apóstoles y mártires. Significa fuego de la caridad y sangre derramada por Cristo
 Verde : ordinario del año. Significa esperanza.
 Morado : Adviento y Cuaresma. Signo de humildad y penitencia.
 Rosado : Tercer domingo de Adviento: alegría, amor.
En algunos lugares:  Azul : Inmaculada Concepción.

Las vestimentas litúrgicas son utilizadas por los sacerdotes y otros ministros en la celebración. Hay algunas, como la casulla y la estola que son propias de los ministros ordenados.
Alba Del latín "alba", "blanca". Vestimenta de todos los ministros en la celebración litúrgica, desde los acólitos hasta el presidente (Cf IGMR n.298). Se utiliza con cíngulo a la cintura y con ámito sobre el cuello (Cf IGMR nn.81 y 298).
Simbolismo: Tiene un sentido bautismal. La pureza del alma lavada por el bautismo. El domingo segundo de Pascua, o sea, en la octava de Pascua, se solía deponer el "alba", el vestido blanco que habían recibido los neófitos en su Bautismo una semana antes. Por eso este domingo se llamó "dominica post albas", y más tarde "dominica in albis".
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Benedicto XVI sobre el alba
Oración del sacerdote: "Blanquead, Señor, y limpia mi corazón, para que, purificado con la sangre del Cordero, disfrute de los gozos eternos"
Deálba me, Dómine, et munda cor meum; ut, in Sánguine Agni dealbátus, gáudiis pérfruar sempitérnis.

Ámito Del latín "amictus", de "amicio, amicire", rodear, envolver. Lienzo rectangular de lino blanco que el sacerdote se coloca sobre los hombros y alrededor del cuello antes de ponerse el alba. Se sujeta por medio de cintas cruzadas a la cintura. Se utiliza al menos desde el siglo VIII y hasta el presente. (Cf IGMR, n.81)
Simbolismo: defensa contra las tentaciones diabólicas y la moderación de las palabras.

Oración del sacerdote al ponerse el amito: "Señor, poned sobre mi cabeza la defensa (el yelmo) de mi salvación, para luchar victorioso contra los embates del demonio" (Cfr. Efesios 6,17)
"Impóne, Dómine, cápiti meo gáleam salútis, ad expugnádos diabólicos incúrsus"
-Benedicto XVI sobre el amito: “En el pasado, éste se colocaba primero en la cabeza como una especie de capucha, convirtiéndose así en un símbolo de la disciplina de los sentidos y del pensamiento necesaria para una justa celebración de la Santa Misa”.  “Los pensamientos no deben vagar aquí y allá detrás de las preocupaciones y las expectativas del día; los sentidos no deben ser atraídos de aquello que allí, al interior de la Iglesia, casualmente quisiera secuestrar los ojos y los oídos”. “Si yo estoy con el Señor, entonces con mi escucha, mi hablar y mi actuar, atraigo también a la gente dentro de la comunión con Él”.

Casulla Del latín "casula", "casa pequeña" o tienda. La vestidura exterior del sacerdote, por encima del alba y la estola, a modo de capa. Origen: el manto romano llamado "pénula". (Cf IGMR 299, IGMR 161) El color cambia según la liturgia. Los colores litúrgicos son verde, blanco, rojo, morado.

Simbolismo:  el yugo de Cristo y significa caridad. -Benedicto XVI sobre la casulla
Oración del sacerdote: "Señor, que dijiste: "Mi yugo es suave y mi carga ligera"; haced que de tal modo sepa yo llevarlo para alcanzar vuestra gracia"
Dómine, qui dixísti: Jugum meum suáve est et onus meum leve: fac, ut istud portáre sic váleam, quod cónsequar tuam grátiam. Amén.

Cíngulo  Del latín "cingulum", de "cingere", ceñir. Cordón con que se ciñe el alba. (IGMR 81.298).

Simboliza: castidad.
Oración del sacerdote: "Ceñidme, Señor, con el cíngulo de la pureza y extingue en mi cuerpo el fuego de la sensualidad, para que posea siempre la virtud de la continencia y de la castidad"
Praecínge me, Dómine, cíngulo puritátis, et exstingue en lumbis meis humórem libídinis; ut máneat in me virtus continéntiae et castitátis.




Estola Vestimenta litúrgica en forma de larga y estrecha banda que deben llevar los ministros ordenados y solo ellos. Obispos y sacerdotes la llevan sobre el alba, colgando del cuello hacia el frente y sostenida por el cíngulo. Los diáconos la visten sobre el hombro izquierdo y la fijan a la derecha de la cintura. Generalmente es del mismo color que la casulla.
Simbolismo:  la autoridad sacerdotal.
Oración del sacerdote: "Devuélveme, Señor, la insignia de la inmortalidad que perdí en la prevaricación de los primeros padres, y aunque indigno me acerco a vuestro Santo Misterio, haced que merezca, no obstante, el gozo eterno".
Redde mihi, Dómine, stolam inmortalitátis, quam pérdidi in praevaricatióne primi paréntis: et, quamvis indígnus accédo ad tuum sacrum mystérium, mérear tamen gáudium sempitérnum.

Manípulo (en desuso después de la reforma litúrgica) Se ponía en el brazo izquierdo.





El Papa Benedicto XVI interpreta los ornamentos litúrgicos para explicar la esencia del ministerio sacerdotal
Misa Crismal, 5 Abril, 07
Durante la misa crismal, en que se bendicen los santos oleos, se conmemora la instauración del Orden Sacerdotal y estos renuevan sus promesas sacerdotales, el Papa explicó la misión del sacerdote a partir de una catequesis sobre los ornamentos litúrgicos.

El Papa recordó un cuento del autor ruso Leone Tolstoi, en que un pobre pastor ruso enseñó a un rey quién era Dios proponiéndole un cambio de vestidos. De esa manera explicó que Jesús, siendo Dios, se despojó de su potestad para hacerse hombre.

“Es esto lo que sucede en el bautismo: nosotros nos revestimos de Cristo, Él nos entrega sus vestidos pero éstos no son una cosa externa. Significa que entramos en una comunión existencial con Él, que su ser y el nuestro confluyen y se compenetran mutuamente”

“Esta teología del Bautismo retorna de modo nuevo y con una nueva insistencia en la Ordenación sacerdotal. Como en el Bautismo se realiza un ‘cambio de vestidos’, un cambio en el destino, una nueva comunión existencial con Cristo, así también en el sacerdocio se produce un intercambio: en la administración de los Sacramentos, el sacerdote actúa y habla ahora ‘in persona Christi’ (en la persona de Cristo)”.

Así, en los Sacramentos “se hace visible de modo dramático aquello que el ser sacerdote significa en general; aquello que hemos expresado con nuestro ‘Adsum – aquí estoy’ durante la consagración sacerdotal: estoy aquí para que tú puedas disponer de mí”.

“En el momento de la Ordenación sacerdotal, la Iglesia nos ha hecho visible y tangible esa realidad de los ‘nuevos vestidos’ incluso externamente, mediante el ser revestidos con los ornamentos litúrgicos. En este gesto externo ella quiere hacernos evidente el evento interior y la tarea que nos viene de él: revestirnos de Cristo; entregarnos a Él como Él se entregó a nosotros”.

La vestimenta litúrgica y el sacerdocio

“Quisiera por tanto, queridos hermanos, explicar este Jueves Santo la esencia del ministerio sacerdotal interpretando los ornamentos litúrgicos que, precisamente, por su parte, quieren ilustrar qué cosa significa ‘revestirse de Cristo’, hablar y actuar ‘in persona Christi’”
El amito “En el pasado, éste se colocaba primero en la cabeza como una especie de capucha, convirtiéndose así en un símbolo de la disciplina de los sentidos y del pensamiento necesaria para una justa celebración de la Santa Misa”.  “Los pensamientos no deben vagar aquí y allá detrás de las preocupaciones y las expectativas del día; los sentidos no deben ser atraídos de aquello que allí, al interior de la Iglesia, casualmente quisiera secuestrar los ojos y los oídos”. “Si yo estoy con el Señor, entonces con mi escucha, mi hablar y mi actuar, atraigo también a la gente dentro de la comunión con Él”.
El Alba El Papa recordó que las antiguas oraciones hacen referencia al vestido nuevo que el hijo pródigo recibió del padre; y por tanto, “cuando nos acercamos a la liturgia para actuar en la persona de Cristo nos damos cuenta de cuán lejos estamos de Él; cuanta suciedad existe en nuestra propia vida”.

Es la sangre del cordero, citado en el Apocalipsis, la que “a pesar de nuestras tinieblas, nos transforma en ‘luz en el Señor’. Al ponernos el alba debemos recordarnos: Él también ha sufrido por mí. Es sólo porque su amor es más grande que todos mis pecados, que yo puedo representarlo y ser testigo de su luz”

El alba también recuerda “el vestido del amor” que deben llevar todos aquellos invitados al banquete del Novio, Jesucristo, para poder participar dignamente.

“Ahora que nos preparamos para la celebración de la Santa Misa, debemos preguntarnos si llevamos el hábito del amor. Pidamos al Señor que aleje toda hostilidad de nuestro interior, que nos quite todo sentido de autosuficiencia y que nos revista verdaderamente con las vestiduras del amor, para que seamos personas luminosas y no pertenecientes a las tinieblas”.
La casulla simboliza el yugo del Señor. “Llevar el yugo del Señor significa ante todo: aprende de Él. Estar siempre dispuestos a asistir a la escuela de Jesús. De Él debemos aprender la pequeñez y la humildad –la humildad de Dios que se muestra en su ser hombre”

“Algunas veces quisiéramos decirle a Jesús: Señor, tu yugo no es para nada ligero. Más bien, es tremendamente pesado en este mundo. Pero al mirarlo a Él que ha cargado con todo –que en sí ha probado la obediencia, la debilidad, el dolor, toda la oscuridad, entonces todos nuestros lamentos se apagan”.

“Su yugo es el de amar con Él. Y mientras más lo amamos, y con Él nos convertimos en personas que aman, más ligero se vuelve nuestro yugo aparentemente pesado”.

“Oremos para que nos ayude a ser junto con Él personas que aman, para experimentar así siempre más cuán bello es portar su yugo”

LOS SACRAMENTOS

Los siete sacramentos
Sacramento
Si buscamos en la Biblia la palabra "sacramento" no la encontraremos, por lo menos en el sentido que hoy le damos. Pero esto no quiere decir que no tengan fundamento bíblico. De hecho todos ellos fueron instituidos por Nuestro Señor Jesucristo.
La palabra sacramento es de origen latino, los cristianos la usaron desde los primeros años para significar lo que se refería a los signos litúrgicos, celebraciones eclesiales y a los hechos sacros. Es decir, a los actos de culto. Pero con el correr del tiempo, esta palabra se dejó para referirse exclusivamente a los signos sagrados instituidos por Jesucristo. San Agustín, que vivió en el siglo IV, fue quien más contribuyó a la clarificación del concepto de "sacramento" y no fue hasta el siglo XII, que se fijó el número de sacramentos como siete.
Los sacramentos, como hoy los presenta la Iglesia son: Actos salvadores de Cristo, que la Iglesia comunica al hombre mediante signos sensibles.
¿ Y qué quiere decir "signo sensible"?. Un signo sensible es un símbolo. Y un símbolo es una expresión figurada y visible o representación sensible, de una realidad invisible. El valor de un símbolo no está en lo que él es de por sí, sino en lo que indica, en lo que representa.
No son simples ceremonias. Ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del cuerpo de Cristo y a dar culto a Dios, los sacramentos no solo suponen la fe, sino que también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por eso se llaman sacramentos de la fe. Los sacramentos nos dan o aumentan la Gracia Divina.
a) Decimos que son actos salvadores, porque son acciones que salvan al hombre de situaciones concretas, llenándolo de la fuerza del amor, fruto de la muerte y resurrección de Cristo. Abarcan toda la vida del hombre en sus puntos más significativos.
  • En su crecimiento: Confirmación

  • En las heridas del pecado: Reconciliación

  • En su alimentación: Eucaristía

  • En la formación de un hogar: Matrimonio

  • En la consagración al servicio de la comunidad: Orden Sacerdotal

  • En la enfermedad: Unción de los enfermos


  • b) Son actos salvadores de Cristo porque Él es el verdadero autor, he aquí el valor del sacramento. Es Cristo quien bautiza, perdona los pecados o comunica el Espíritu Santo. Recibir un sacramento es encontrarse personalmente con Cristo que salva.
    c). Son actos que la Iglesia comunica porque fueron entregados a la Iglesia por Cristo para que los administrara a los hombres. Por lo que el sacramento debe administrarse conforme a lo establecido por la Iglesia y según sus intenciones.
    d) Son signos sensibles, porque el hombre necesita algo material para convencerse, darse cuenta, sentir la presencia de Dios. San Pablo nos lo recuerda " Si bien no se puede ver a Dios, podemos, sin embargo desde que él hizo el mundo, contemplarlo a través de sus obras y entender por ellas que él es eterno, poderoso y que es Dios" (Rm 1,20) Jesucristo al instituir los sacramentos, tuvo presente esta necesidad que tiene el hombre de llegar a lo invisible a través de lo sensible.
    Para realizar estos sacramentos se necesitan dos cosas:
    • La forma: oración o palabras que se pronuncian al administrar el sacramento
  • La materia: lo que se usa para el sacramento: el agua, el pan, el vino, el aceite, la imposición de manos, la confesión de una culpa.

  • No es igual que aceptar una medalla o hacer algo bueno " que se acostumbra", sino que cada sacramento es un encuentro libre y personal con Cristo resucitado. Por lo tanto es necesario:
    • Tener fe
  • Conocer lo que se comunica

  • Quererlo recibir

  • Es necesario estar bautizado para recibir cualquier otro sacramento. Es indispensable estar en Gracia de Dios. Sólo el Bautismo y la Reconciliación dan de por sí la Gracia, para cualquier otro sacramento es necesario arrepentirse de los pecados y confesarse antes.
    Algunos sacramentos se pueden recibir una sola vez en la vida porque imprimen carácter indeleble, éstos son: Bautismo, Confirmación y Orden.
    Gracia Divina
    Cuando el hombre pecó, se alejó de Dios y desterró de él la posibilidad de responder a su vocación que es la comunicación con su Creador para llegar a su destino que es la eternidad. Desde el primer pecado, el hombre está inclinado al mal, condenado a la concupiscencia.
    Dios en su infinita misericordia, no podía dejar al hombre abandonado y sabiendo que con sus solas fuerzas no podría conseguir su destino eterno, envía a su Hijo, para que con su muerte y resurrección restaure la comunicación que el hombre había perdido con Dios.
    Jesucristo nos trae la Gracia Divina, la Gracia del Espíritu Santo, que tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y darnos la posibilidad de responder a nuestra vocación y destino.
    Contra la inclinación al mal que resultó del pecado, La Gracia Divina nos permite obrar el bien. Es una participación de la vida de Dios. Es un favor, un regalo, un auxilio gratuito, que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, participes de la naturaleza de la vida eterna.
    Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural, depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana. El hombre sólo debe estar dispuesto a que la Gracia actúe en él y seguir la voz de su conciencia, para obrar según la voluntad de Dios.
    • La Gracia de Dios nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria:
      † Por el Bautismo, participamos de la gracia de Cristo
      † Como hijos adoptivos, podemos llamar Padre a Dios
      † Recibimos la vida del Espíritu Santo que infunde la caridad y que forma la Iglesia
    Sacramentales
    Son signos sagrados instituidos por la Iglesia, creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida.
    Se aplican a necesidades y a situaciones menos importantes que los sacramentos, no obtienen de por sí la gracia santificante. Van en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre.
    Algunos sacramentales son las bendiciones o consagraciones de objetos religiosos, el uso de agua bendita o velas bendecidas, la ceniza del miércoles de cuaresma, etc. Los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal: todo bautizado es llamado a ser una "bendición" y a bendecir.
    Se abusa de estos sacramentales cuando se toman como cosas mágicas y no se usan con fe, o si en la práctica se les da más importancia que a los mismos sacramentos.
    Los sacramentales son parte de la religiosidad popular, expresiones en formas variadas de piedad tales como la veneración a reliquias, visitas a santuarios, peregrinaciones, etc., agradables a Dios cuando ayudan a aumentar la piedad y la caridad fraterna.
    Estas expresiones prolongan la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituyen, por lo que conviene que estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que conduzcan al pueblo a la celebración y actualización del misterio pascual de Cristo.
    Sacramentos de Iniciación Cristiana
    Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación, y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana:
    "La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. Los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y así, por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con mas abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad"
    (Pablo VI const. Apost. "Divinae consortium naturae" ).
    Puestos al comienzo de la vida cristiana, los sacramentos de iniciación son la condición necesaria para el pleno desarrollo de esa vida futura y marcan todo el itinerario cristiano:
    • El Bautismo consagra en la Santísima Trinidad al nuevo cristiano, incorporándolo a la comunidad de la Iglesia
  • La Confirmación le capacita para obrar el bien, como criatura nueva, aumentando su relación con Dios, que se reflejan en la comunión de la Iglesia y en su servicio a los hombres.

  • La Eucaristía actualiza la Salvación que Cristo alcanzó al hombre y le permite vivir mejor su ser cristiano, hasta alcanzar la plenitud en la vida eterna.


  • LA LITURGIA FUENTE VIDA Y META DE LA VIDA CRISTIANA

    LA LITURGIA:  FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA CRISTIANA
     
    Por su Misterio Pascual, el hijo de Santa María nos trajo el maravilloso don de la Reconciliación (CD, 6). Esta Reconciliación, obrada una vez y para siempre, se prolonga en la historia por medio de la Iglesia, su Cuerpo Místico. El Señor Jesús, Sacerdote de la Nueva Alianza, único mediador entre Dios y los hombres (1Tim 2, 5), ha hecho de nosotros un reino y sacerdotes para Dios su Padre (Ap 1, 6), de manera que unidos a Él, podamos ofrecer al Padre sacrificios espirituales, en espíritu y en verdad (Jn 4, 23s).
    En la liturgia, el Señor Jesús asocia a su Iglesia en un doble dinamismo: glorificamos al Padre, y somos santificados por Él, que nos comunica su vida. Por eso, la liturgia constituye el lugar por excelencia donde se actualiza y prolonga en el tiempo la obra de la reconciliación.
    GLORIFICACIÓN DE DIOS
    Siendo la aspiración al encuentro un dinamismo fundamental del ser humano, éste experimenta un hambre de trascendente plenitud, de encuentro absoluto con Aquel que es Comunión de Amor. Este dinamismo sella profundamente nuestra propia mismidad. En el Señor Jesús somos invitados a participar de la misma vida divina, que es comunión trinitaria, perfecta intercomunicación de Amor.
    La liturgia es el ámbito privilegiado bajo el velo de los signos sagrados del encuentro de la Iglesia y cada uno de sus miembros con Dios Padre, en el Señor Jesús, bajo la acción del Espíritu. Toda celebración litúrgica es acción sagrada por excelencia, pues es obra de Cristo sacerdote y su Cuerpo, la Iglesia ( Sacrosantum Concilium, 7). La liturgia eleva al Padre la oración de adoración y súplica del pueblo fiel que peregrina hacia el encuentro definitivo con Dios-Amor.
    FUENTE DE SANTIFICACIÓN
    La liturgia es, a la vez, fuente de santificación. Ella es un medio extraordinario para lograr la conformación con el Señor Jesús, el Hijo de María, pues nos hace participar de manera más íntima de su propia vida divina.
    En efecto, la vida de Cristo se nos comunica por la liturgia "mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida de la Iglesia" (Sacrosantum Concilium, 6), de manera especial la Eucaristía, "Corazón y centro de la liturgia" (Pablo VI). A través de la liturgia, es el mismo Señor Jesús quien nos habla, nos interpela, nos cuestiona; pues "cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla" (Sacrosantum Concilium, 7). La oración de la Iglesia al Padre, por medio de la liturgia, es la misma oración de Cristo. Todo el año litúrgico actualiza, hace presente, el misterio del Señor y su riqueza santificadora (Sacrosantum Concilium, 102).
    Esta eficacia santificadora de la liturgia implica nuestra participación activa, consciente y comprometida. En una participación así, las palabras y el corazón, lo exterior y lo interior, lo personal y lo comunitario, no se encuentran separados, sino que caminan juntos en una íntima y armoniosa relación. De esta forma, la liturgia se convierte en una excelente ocasión para educarnos en el silencio, la reverencia, el recogimiento y la docilidad al Divino Plan.
    Así pues, ambos aspectos, glorificación de Dios y santificación del hombre, convergen armónicamente en la liturgia, formando una unidad inseparable, pues el Padre es glorificado en nuestra santidad.
    LITURGIA Y VIDA
    La liturgia no se reduce a un mero conjunto de normas culturales. Ella es una función vital de toda la Iglesia. La liturgia no solamente es la actividad propia de la Iglesia, cuya eficacia, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, no es igualada por ninguna otra acción (Sacrosantum Concilium, 7) sino "la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, el mismo tiempo, la fuente de donde emana toda su fuerza" (Sacrosantum Concilium, 10).
    Por esto, aquello que se realiza en la liturgia, no debe permanecer encerrado en los muros del templo, sino que debe prolongarse a lo largo de toda nuestra existencia. Nada más ajeno a la vida cristiana que un intimismo capillista desencarnado y estéril. Y más aún hoy en día, en que la secularización, la apatía y la indiferencia religiosa aplastan a los hombres, en que el mundo paganizado y su cultura de muerte constituyen un desafío permanente. Nuestra tarea evangelizadora aparece, pues, como una exigencia y un reto cada vez más apremiantes. De ahí la importancia de alimentarnos de la liturgia, pues ella es como enseñan nuestros Obispos de Puebla "el momento privilegiado de comunión y participación para una evangelización que conduce a la liberación cristiana integral, auténtica" (Puebla, 835).
    Toda nuestra vida debe constituirse en un verdadero acto litúrgico. Debemos ser protagonistas, junto con el Señor Jesús, de la construcción de la convivencia y las dinámicas humanas que reflejan el misterio de Dios y Constituyen su gloria viviente (Puebla, 213).

    DOMINGO DIA DEL SEÑOR

    El Domingo, Día del Señor

    En la pastoral de estos últimos años, el día domingo se ha convertido en un grave problema, no sólo en los planos religioso y pastoral, sino también en lo cultural, social, político y económico. Cuando se intenta realizar una aproximación a este tema, no entran en causa solamente la vivencia de la fe y el compromiso propiamente pastoral, sino toda la complejidad del tejido social.
    Ante tal panorama nos preguntamos ¿cómo entender realmente el domingo? ¿qué es? El Catecismo de la Iglesia Católica nos dirá: "La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón "día del Señor" o domingo. El día de la Resurrección de Cristo es a la vez el "primer día de la semana", memorial del primer día de la creación, y el "octavo día" en que Cristo, tras su "reposo" del gran Sabbat, inaugura el Día "que hace el Señor", el "día que no conoce ocaso". El "banquete del Señor" es su centro, porque es aquí donde toda la comunidad de los fieles encuentra al Señor resucitado que los invita a su banquete... Para los cristianos vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor ("Hé kyriaké hémera", "dies dominica"), el "domingo"" (CIC, 1166.2174). Es mediante la Resurrección del Señor que el domingo es establecido como el día privilegiado, como el día de la Reconciliación.
    A pesar de esto hay quienes critican fuertemente a la Iglesia católica por haber cambiado el precepto bíblico del descanso sabático, sustituyendo así la enseñanza divina con preceptos humanos, tomándose la libertad de convertir el domingo como el Día de los días, el Día principal. ¿Es esto verdad?
    Para responder a esta crítica repasemos rápidamente los inicios de la historia de manera que entendamos el significado del día sábado: "Y acabó Dios en el día séptimo su obra que hizo y descansó el día séptimo de toda su obra que había hecho y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios toda la obra creadora..." (Gén 2, 2-3). Este día, el último día de la creación, donde Dios había terminado su obra creadora fue declarado día Santo y día de descanso en el Monte Sinaí; el día para recordar la alianza de Dios con su pueblo. "Recuerda el día del sábado (sabbath = descanso) para santificarlo. Seis días trabajarás, pero el día séptimo es día de descanso para Yahvé, tu Dios. No harás ningún trabajo..." (Ex 20, 8, 10). Los elementos que podemos extraer del relato de la Creación de la Sagrada Escritura son los siguientes:
    a. Último día de la creación.
    El día del descanso es "bendecido" y "santificado" por Dios, o sea, separado de otros días para ser, entre todos el "día del Señor". Es un día para ocuparnos de las cosas santas y no de las profanas, trabajar sería "profanar" el día santo.
    b. Día de liberación.
    El sábado se establece como ley de liberación en el Monte Sinaí (ver Dt 5,15). Yahvéh quiere que los judíos festejen el día de su liberación y del poder de Dios.
    c. Día santo y santificado por Dios.
    El día del descanso es "bendecido" y "santificado" por Dios, o sea, separado de otros días para ser, entre todos, el "día del Señor". Es un día para ocuparnos de las cosas santas y no de las profanas, trabajar -para el judío- sería "profanar" el día santo
    d. Día consagrado a Yahvé.
    El Señor del sábado es Yahvé, los judíos lo llamaban el día de Yahvé, el día consagrado a Yahvé (ver Ex 16, 23- 25).
    Después de haber visto todo esto alguien podría preguntar ¿Es qué hay una oposición entre lo dicho en el Antiguo Testamento y el anuncio del Señor Jesús? No hay ninguna oposición, todos los elementos que hemos repasado encuentran su plenitud con la venida del Señor Jesús; análogamente -siendo conscientes de la limitación de la analogía- es como si primero tuvieras un televisor a blanco y negro en el que ves la imagen tal como es pero luego tienes un televisor a colores en el que ves la misma imagen pero de manera más nítida y más clara. El Papa Juan Pablo II menciona en la carta apostólica Dies Domini: "El domingo, pues, más que una "sustitución" del sábado, es su realización perfecta, y en cierto modo su expansión y su expresión más plena, en el camino de la historia de la salvación, que tiene su culmen en Cristo... Lo que Dios obró en la creación y lo que hizo por su pueblo en el Éxodo encontró en la muerte y resurrección de Cristo su cumplimiento... Es en Cristo que se realiza plenamente el sentido espiritual del sábado, como subraya San Gregorio Magno: "Nosotros consideramos como verdadero sábado la persona de nuestro Redentor, Nuestro Señor Jesucristo"" (Dies Domini, 18). Entre los elementos más importantes sobre este punto están:
    a. Jesucristo es el Señor del sábado.
    Los judíos se enfadaban con Jesús porque trabajaba el sábado sanando a las personas. (ver Mc 3, 1). Jesús se defiende afirmando que Él es "el Señor del sábado". (ver Mc 2, 23-28). Con su ejemplo, el Señor nos enseña que el sábado debemos trabajar haciendo el bien a los demás, porque la caridad no tiene tiempo, está por encima de los demás mandamientos.
    b. El domingo es el día de la fe, para confesar que "Jesús es el Señor".
    Jesucristo al declararse Señor del sábado, se adjudica además un título divino, por eso los fariseos querían matarlo. El domingo es el día en que los cristianos confesamos la divinidad y el señorío de Cristo; en ese día Tomás confesó su divinidad y señorío: "Señor mío y Dios mío" (ver Jn 20,26-28). Al cambiar el día de culto, confesamos a Jesús como Dios y Señor del tiempo y de la historia.
    c. Dios sigue trabajando.
    El Antiguo Testamento dice que Yahvé descansó de toda obra creadora, el Nuevo Testamento nos revela que Dios sigue trabajando (ver Jn 5,17). Si sigue trabajando, quiere decir que la obra de Dios no se acabó el sábado. El pecado de Adán introdujo desorden en el mundo y era necesario un día más de trabajo y un nuevo día de descanso.
    d. Un nuevo día.
    Con Cristo se inaugura un tiempo nuevo y definitivo. Él es el Alfa y el Omega, y como el domingo es el día primero de la semana y el último de la creación. La Sagrada Escritura lo llama y la Iglesia lo proclama: El día del Señor (ver Ap 1, 8.10).
    e. Nueva Creación.
    Ya con el profeta Isaías se predice una nueva creación (ver Is 65,17). ¿Y cuál es la Nueva Creación? La nueva creación es la iniciada con la resurrección de Cristo porque él es el primer nacido de entre los muertos, él es el principio de esa nueva creación (ver Col 1,18).
    Por último nos debe quedar muy claro que el domingo es "el día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día. Por eso es llamado día del Señor: porque es en este día cuando el Señor subió victorioso junto al Padre. Si los paganos lo llaman día del sol, también lo hacemos con gusto; porque hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha aparecido el sol de justicia cuyos rayos traen la salvación" (CIC, 1166).

    tiempo ordinario

    TIMPO ORDINARIO

    SUMARIO: I. Significado y contenido del tiempo ordinario - II. Solemnidades y fiestas del Señor durante el año - III. Las rogativas y las témporas hoy.
    I. Significado y contenido del tiempo ordinario
    El llamado tiempo ordinario o, más propiamente, tiempo durante el año, es una de las partes del -> año litúrgico que han experimentado una transformación mayor en la reforma posconciliar. Considerado como un tiempo menor o "no fuerte", en comparación con los ciclos pascual y de la manifestación del Señor, es lo bastante importante para que, sin él, quedase incompleto el sagrado recuerdo que la iglesia hace de la obra de la salvación efectuada por Cristo en el curso del año (cf SC 102). Por tanto, no se insistirá lo bastante en la riqueza y el valor de este tiempo litúrgico en orden a la contemplación del misterio de Cristo y a la progresiva asimilación de los fieles y de las comunidades a dicho misterio.
    El tiempo ordinario desarrolla el -> misterio pascual de un modo progresivo y profundo; y, si cabe, con mayor naturalidad aún que otros tiempos litúrgicos, cuyo contenido está a veces demasiado polarizado por una temática muy concreta. Para la mistagogia de los bautizados y confirmados que acuden cada domingo a celebrar la eucaristía, el tiempo ordinario significa un programa continuado de penetración en el misterio de salvación siguiendo la existencia humana de Jesús a través de los evangelios, contenido principal y esencial de la l celebración litúrgica de la iglesia.
    Ahora bien, la peculiaridad del tiempo ordinario no consiste en constituir un verdadero período litúrgico en el que los -> domingos guardan una relación especial entre sí en torno a un aspecto determinado del misterio de Cristo. El valor del tiempo ordinario consiste en formar con sus treinta y cuatro semanas un continuo celebrativo a partir del episodio del bautismo del Señor, para recorrer paso a paso la vida de la salvación revelada en la existencia de Jesús. Cada domingo tiene valor propio: "Además de los tiempos que tienen carácter propio, quedan treinta y tres o treinta y cuatro semanas en el curso del año en las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino que más bien se recuerda el misterio mismo de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos" (NUALC 43).
    El tiempo ordinario comienza el lunes siguiente al domingo del bautismo del Señor y se extiende hasta el miércoles de ceniza, para reanudarse de nuevo el lunes después del domingo de pentecostés y terminar antes de las primeras vísperas del domingo I de adviento (ib, 44).
    Antes de la reforma litúrgica del Vat. II este tiempo se dividía en dos partes denominadas tiempo después de epifanía y tiempo después de pentecostés, respectivamente. Los domingos de cada parte tenían su propia numeración sucesiva independientemente de la totalidad de la serie. Ahora, en cambio, todos forman una sola serie, de manera que al producirse la interrupción con la llegada de la cuaresma, la serie continúa después del domingo de pentecostés. Pero sucede que unos años empieza el tiempo ordinario más pronto que otros —a causa del ciclo natalicio—. Esto hace que tenga las treinta y cuatro semanas o solamente treinta y tres. En este caso, al producirse la interrupción de la serie, se elimina la semana que tiene que venir a continuación de la que queda interrumpida. Hay que tener en cuenta, no obstante, que la misa del domingo de pentecostés y la de la solemnidad de la santísima Trinidad sustituyen a las celebraciones dominicales del tiempo ordinario.
    El hecho de que el tiempo ordinario comience a continuación de la fiesta del bautismo del Señor permite apreciar el valor que tiene para la liturgia el desarrollo progresivo, episodio tras episodio, de la vida histórica entera de Jesús siguiendo la narración de los evangelios. Éstos, dejando aparte los capítulos de Mateo y Lucas sobre la infancia de Jesús, comienzan con lo que se denomina el ministerio público del Señor. Cada episodio evangélico es un paso para penetrar en el misterio de Cristo; un momento de su vida histórica que tiene un contenido concreto en el hoy litúrgico de la iglesia, y que se cumple en la celebración de acuerdo con la ley de la presencia actualizadora de la salvación en el aquí-ahora-para nosotros.
    Por eso puede decirse que en el tiempo ordinario la lectura evangélica adquiere un relieve mayor que en otros tiempos litúrgicos, debido a que en ella Cristo se presenta en su palabra dentro de la historia concreta sin otra finalidad que la de mostrarse a sí mismo en su vida terrena, reclamando de los hombres la fe en la salvación que él fue realizando día a día. Los hechos y las palabras que cada evangelio va recogiendo de la vida de Jesús, proclamados en la celebración en la perspectiva de las promesas del Antiguo Testamento —en esto consiste el valor de la primera lectura— y a la luz de la experiencia eclesial apostólica —la segunda lectura—, hacen que la comunidad de los fieles tenga verdaderamente en el centro de su recuerdo sagrado a lo largo del año a Cristo el Señor con su vida histórica, contenido obligado y único de la liturgia.
    La reforma posconciliar del -> año litúrgico ha introducido en el tiempo ordinario algo verdaderamente decisivo en la perspectiva de lo que venimos diciendo. En efecto, a partir del domingo III se inicia la lectura semicontinua de los tres evangelios sinópticos, uno por cada ciclo A, B y C, de forma que se va presentando el contenido de cada evangelio a medida que se desarrolla la vida y predicación del Señor. Así se consigue una cierta armonía entre el sentido de cada evangelio y la evolución del año litúrgico. Como hemos indicado ya, después de la epifanía y del bautismo del Señor se leen los comienzos del ministerio público de Jesús, que guardan estrecha relación con la escena del Jordán y las primeras manifestaciones mesiánicas de Cristo. Al final del año litúrgico, se llega espontáneamente a los temas escatológicos propios de los últimos domingos del año, ya que los capítulos del evangelio que preceden a los relatos de la pasión y están, por tanto, al final de la vida de Jesús se prestan perfectamente a ello.
    Y en medio de las dos etapas del tiempo ordinario se encuentra el ciclo pascual —cuaresma, triduo y cincuentena—. Lejos de ser un obstáculo para la celebración progresiva del misterio de Cristo, este ciclo ofrece una maravillosa continuidad en la evocación de la vida y de la acción mesiánica del Hijo de Dios. Recordemos que la cuaresma se abre con los episodios de las tentaciones y de la transfiguración, momentos en los que Jesús entra decididamente en el camino de la pascua, o sea, en el camino de la cruz y de la resurrección, destino y culminación de su vida histórica y, por tanto, centro iluminador de todos los hechos y palabras que la llenan. El cristiano, celebrando sucesivamente todos estos pasos de Jesús, hace suyo este camino y programa pascual del Señor, camino y programa que ha de realizarse no sólo en el curso del año lilitúrgico, sino también a lo largo de toda la vida.
    En el año B del -> Leccionario, correspondiente al evangelista san Marcos se intercalan, después del domingo XVI del tiempo ordinario, cinco lecturas del capítulo 6 del evangelio de san Juan, debido a la brevedad de aquel evangelio. La intercalación se hace espontáneamente, pues el discurso del pan de vida, tema de Jn 6, tuvo lugar después de la multiplicación de los panes, que narran conjuntamente ambos evangelistas.
    En cuanto a las otras lecturas, las del Antiguo Testamento se han elegido siempre en relación con el evangelio y como anuncio del correspondiente episodio de la vida del Señor. Las segundas lecturas no forman unidad con el evangelio y la del Antiguo Testamento, salvo excepciones. Están tomadas de forma semicontinua de las cartas de san Pablo y de Santiago. Dada la extensión de la primera carta a los Corintios, se la ha distribuido en los tres años al principio del tiempo ordinario. La carta a los Hebreos también está repartida entre el año B y el C.
    Las ferias del tiempo ordinario no tienen formulario propio para la misa, salvo las lecturas y salmos responsoriales. El -> Leccionario ferial está, no obstante, dividido en un ciclo de dos años, pero de forma que el evangelio sea siempre el mismo, mientras que la primera lectura ofrece una serie para el año I (años impares) y otra para el año II (años pares). En la lectura evangélica se leen únicamente los evangelios sinópticos por este orden: Marcos en las semanas I-IX, Mateo en las semanas X-XXI y Lucas en las semanas XXII-XXXIV. En la primera lectura alternan los dos Testamentos varias semanas cada uno, según la extensión de los libros que se leen. El Leccionario ferial del tiempo ordinario supone una novedad en la liturgia romana, pero se da con ello cumplimiento a la disposición del Vat. II en orden a la apertura abundante de los tesoros de la biblia para el pueblo cristiano (cf SC 51).
    El oficio divino se caracteriza en este tiempo por no contar con otros textos propios que las lecturas bíblica y patrística del oficio de lectura de cada día, y las antífonas del Benedictus y Magníficat de los domingos. Durante el tiempo ordinario se usa completo el salterio de las cuatro semanas, con sus lecturas breves, responsorios, antífonas y preces. La serie de lecturas bíblicas del oficio de lectura va siguiendo la historia de la salvación; las lecturas patrísticas generalmente ofrecen temas independientes, pero de una extraordinaria riqueza doctrinal y de una amplísima variedad.II. Solemnidades y fiestas del Señor durante el año
    La celebración del misterio de Cristo a lo largo del año comprende una serie de solemnidades y fiestas del Señor, además de los grandes ciclos pascual y natalicio. La mayor parte de ellas caen dentro del tiempo ordinario. Los formularios litúrgicos para celebrarlas se encuentran en el propio del tiempo o en el santoral, según sean variables o fijas en cuanto a la fecha del calendario. La comprensión adecuada de todas ellas sólo puede hacerse relacionándolas con el ->  tiempo litúrgico que les es más cercano y tratando de comprenderlas dentro de la secuencia de los hechos y palabras de salvación verificados en Cristo.
    Así tenemos el 2 de febrero la presentación del Señor en el templo, a los cuarenta días de ->  navidad (cf Lc 2,22), como un eco de la celebración de la manifestación del Señor (Cristo luz de las gentes en la epifanía y en el templo); la anunciación del Señor el 25 de marzo, fiesta también relacionada con navidad, pues se celebra nueve meses antes del 25 de diciembre, pero también relacionada con la pascua, pues en la encarnación el Hijo de Dios asume el cuerpo con el cual va a redimir al hombre; la fiesta de ->  Jesucristo Sumo Sacerdote, en España el jueves después de pentecostés y, por ello, necesariamente referida a la pascua; la solemnidad de la santísima Trinidad, el domingo siguiente a pentecostés, celebración que es una síntesis de toda la cincuentena pascual, en el sentido de que entre pascua y pentecostés se ha recordado el amor del Padre, la obra del Hijo y Señor nuestro Jesucristo y la donación del Espíritu Santo.
    La solemnidad del cuerpo y de la sangre de Cristo y la solemnidad del corazón de Jesús están ambas en la órbita de la pascua-pentecostés, lo cual quiere decir que reducirlas a algunos aspectos únicamente significa empobrecerlas, pues una y otra festividad se comprenden mejor cuando se las contempla en la dinámica del ->  misterio pascual y de la donación-efusión del ->  Espíritu Santo, que se nos da en la eucaristía y que ha brotado del costado abierto de Cristo en la cruz.
    El 6 de agosto se celebra la transfiguración del Señor, fiesta importante, aun cuando este misterio está presente en la cuaresma, en el segundo domingo. Sin embargo, tiene lugar cuarenta días antes de la fiesta de la exaltación de la santa Cruz, el 14 de septiembre. Al margen de las razones ecuménicas e históricas, además de las populares, que avalan a una y a otra fiesta, no es difícil ver en ellas un duplicado de la pascua, especialmente en la dimensión gloriosa y triunfal del ->  misterio redentor.
    En lás postrimerías del ->  año litúrgico, en noviembre, nos encontramos aún con otras dos festividades: la dedicación de la basílica de san Juan de Letrán, la catedral de Roma y, por ello, cabeza y madre de todas las iglesias del orbe, y la solemnidad de Jesucristo rey del universo. La primera, aunque no lo parezca, es una fiesta del Señor, pues la dedicación de un templo —y por tanto su aniversario— sólo puede hacerse a Dios, el cual ha introducido su morada entre los hombres por medio de Cristo, el único y verdadero santuario, y por medio de la iglesia, templo del Espíritu. No hay duda, pues, de las resonancias pascuales de esta fiesta, cuyo paralelo es, en cada diócesis, el aniversario de la catedral respectiva.
    La solemnidad de Cristo rey hace que culmine la celebración del ->  año litúrgico con el recuerdo de la última manifestación del que ha de venir a consumar toda la ->  historia de la salvación. Pero también abre y prepara la nueva etapa del ->  adviento, que se inicia el domingo siguiente. La solemnidad, por tanto, hace de enlace entre un año que termina y otro que empieza, ambos presididos por el signo de Cristo rey universal, Señor de la historia, alfa y omega, el mismo ayer, hoy y por los siglos (cf Ap 13,8 = vigilia pascual: rito de bendición del cirio).
    Todas estas fiestas y solemnidades del Señor tienen los primeros puestos en la tabla de los días litúrgicos; de manera que, cuando las que son fijas caen en domingos del tiempo ordinario, se las antepone en la celebración de la misa y del oficio divino. Esto da una idea de la importancia que el año litúrgico y el calendario dan al sagrado recuerdo del misterio de Cristo sobre la base de los domingos y de las restantes celebraciones del Señor (cf SC 102 y 106).
    III. Las rogativas y las témporas hoy
    Al referirse al tiempo ordinario, no se puede prescindir de dos celebraciones del tiempo que actualmente no están ligadas a un determinado tiempo litúrgico. En realidad, nunca lo estuvieron en sentido estricto, como se deduce de su historia.
    Esta vieja celebración de las cuatro témporas y de las rogativas está ligada a las cuatro estaciones del año. Su finalidad era la de pedir la ->  bendición del Señor y darle gracias por los frutos de la tierra y el trabajo. Se originaron en Roma y se difundieron al mismo tiempo que la liturgia romana, pues las encontramos en las más antiguas colecciones de textos litúrgicos. Primeramente fueron tres: en septiembre, diciembre y pentecostés (por tanto: otoño, invierno y verano). Muy pronto se añadiría la cuarta en cuaresma (primavera). Se conocen varios sermones de san León Magno para estos días, que eran ciertamente de ayuno y comprendían la eucaristía los miércoles y viernes, además de una vigilia el sábado, en la que también se celebraba la eucaristía. Esta celebración correspondía ya al ->  domingo, de forma que ya no había otra en este día.
    El significado específico de cada una de las témporas variaba según el ->  tiempo litúrgico en que tenían lugar. Es importante este aspecto para no caer en la tentación de ver en estas celebraciones simples concesiones a cultos naturalistas precristianos. Desde luego, no deben ser más antiguas que el papa Siricio (384-399), a quien se atribuye su institución. Hipólito de Roma (ss. II-III) las desconoce aún. Lo que sí es evidente es su relación con la vida agraria y rural. Por eso, hoy, considerada además la extensión universal de la iglesia, se imponía una revisión y una adaptación a las exigencias concretas de cada pueblo.
    La solución ha sido proponer a las conferencias episcopales la determinación del tiempo y el modo de celebrarlas, incluso la duración y repetición durante el año. En España concretamente se señalaron los días 5, 6 y 7 de octubre, o al menos el día 5. Si la celebración se limita a un solo día, se elegirá una de las misas de las que se proponen para los tres, especialmente aquellos formularios que abarcan los tres aspectos que comprende la celebración: acción de gracias, petición y conversión. El l misal ya ofrece los formularios convenientemente dispuestos. Las fechas elegidas son muy oportunas porque en ellas tiene lugar el comienzo de curso, no sólo académico, sino también pastoral, en las parroquias, movimientos apostólicos, comunidades, etc., que han interrumpido o aminorado sus actividades durante el verano. Por otra parte, esas fechas también son importantes para el mundo de la agricultura.
    De lo que se trata es de reunir a la comunidad para celebrar la vida humana y el trabajo de todos los hombres como un don de Dios y una oportunidad de enriquecimiento personal y social, todo ello en el espíritu de fe y de conversión propios de los creyentes, conscientes de la autonomía de todo lo temporal, sí, pero también de la necesidad de la ayuda divina para realizar la propia vocación y misión en el mundo. Lástima que estas celebraciones apenas hayan entrado en la conciencia de pastores y comunidades.
    Otro tanto puede decirse de las rogativas, institución romana también, pero de indudable peso en muchas iglesias locales. También corresponde a las conferencias episcopales determinar su fecha y número de días.

    lunes, 23 de julio de 2012

    LA VIRGEN MARIA Y LOS SANTOS DE SILENCIO

    LA VIRGEN MARÍA Y LOS SANTOS DEL SILENCIO



    Es notable el silencio de los cuatro evangelistas acerca de la Virgen María, después de la Resurrección.
    El mismo San Lucas, que describe la historia de la Iglesia en sus primeros años, no nos dice que la Virgen María más que Ella estaba con los discípulos los días de la venida del Espíritu Santo.
    Nuestra Señora sabía que su labor consistía entonces, en el silencio y en la oración.


    Y llegó el domingo de Pentecostés -diez días después de la Ascensión, 50 días después del Domingo de Resurrección- y vino el Espíritu Santo. Llegó como una tempestad sobre los discípulos, para llenarlos de amor, de fuego y de verdad. Para todos ellos ésta era la primera ve. Para la Virgen María era la segunda.

    La primera venida del Espíritu Santo para Ella fue cuando era casi una niña, cuando le contestó al ángel: "Hágase en mí según tu palabra".
    Y entonces, Ella empezó a ser la Madre de Dios.
    Hay un contraste notable entre el Pentecostés de los Apóstoles y el Pentecostés de la Virgen María. Para los Apóstoles fue como un latigazo fantástico que los lanzó incontenibles a la proclamación del Evangelio en todo el mundo. Para la Virgen María, en cambio, el Espíritu Santo fue el Espíritu del silencio.
    Desde Nazaret, el día de la Encarnación, Nuestra Señora, llena del Espíritu Santo, guarda el silencio más sublime que nunca haya guardado persona alguna. Posee el secreto más grande de la historia: la venida de Dios al mundo. Pero la Virgen María calla. Calla aun a costa de su propia honra
    María, la Virgen del silencio. Ni una palabra, ni una alusión al imponente secreto en aquellos largos años en Nazaret.


    Y ahora llega otra vez el Espíritu Santo. Llega para lanzar a la Iglesia naciente a la conquista de las almas, a la enseñanza del Evangelio, a la proclamación mundial de la salvación de Cristo. Llega con el don de lenguas, porque ha llegado la hora de hablar, la hora de hacer resonar el Evangelio hasta en los confines de la tierra.

    Sin embargo, la Virgen María, desde ese momento guarda un silencio todavía más profundo: desaparece totalmente de los relatos sagrados.
    Es el mismo Espíritu Santo que a unos comunica el don de lenguas y a Ella, el don del silencio.


    Como a la Virgen María, hay muchos católicos en todos los tiempos, que el Espíritu Santo ha conducido por el camino oscuro del silencio. Son los santos del silencio. Aquellos que no han hecho milagros, ni han organizado grandes cosas. Los que dan un testimonio de Cristo todos los días desde la monotonía -aparente- de sus vidas. Los que cumplen la voluntad de Dios en todos y cada uno de los momentos triviales de su vida. Ahí encontramos a los que abren y cierran las mismas puertas, los que andan las mismas calles, los que trabajan en las mismas oficinas y los que usan las mismas herramientas; las que quitan el polvo diariamente de las mismas cosas, entran y salen de la misma cocina y se sientan con la aguja en la mano junto a la misma ventana. Son, en resumen, los que han recibido el don maravilloso de hacer todo lo que hacen diariamente, sirviendo a Dios y amando a Dios.
    Lo mismo que la Santa Virgen.
    Forman la reserva del Cristianismo. Son los católicos del silencio: el técnico del taller y la monjita de clausura, la madre de familia y la enfermera del hospital. El mundo apenas sabe nada de su vida, como nosotros apenas sabemos nada de la vida de la Virgen María. Pero Dios lo sabe. Lo sabe el Espíritu Santo que los ha colocado en la zona sublime del silencio fecundo, para conseguir las gracias de Dios sobre todos los que hablamos muchas palabras y garabateamos muchas letras, casi siempre exageradamente.


    Aquella mañana de Pentecostés, por las plazas de Jerusalén, los Apóstoles están alcanzando un éxito enorme. Mientras tanto en una calle cualquiera, camina desapercibida la Virgen María... quizá con la canasta del mandado en sus brazos.

    Ella, la persona más excelsa de la creación, va por esas calles ganando las gracias necesarias para las miles de gentes que se convierten ese día al cristianismo mientras oyen a San Pedro hablar en griego, en hebreo, en arameo, en árabe, en latín y en que se yo cuantos idiomas más...
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    PARABOLA.

    «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: "Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis." Mateo 13,11-15.

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